miércoles, 20 de mayo de 2009

El papelito rosado. Cuento en cuatro entregas.(3a.)


Por momentos, los pacientes avanzados captaban la idea... entendían lo que las mujeres en realidad quieren, expresaban miradas de iluminados, sintiéndose listos para ocuparse rápidamente de féminas, quizás, hasta del mismo tamaño aquel del ejercicio, dejándolas totalmente satisfechas. Subir y bajar, por túneles, pasadizos y puentes individuales, de diversas formas curvas pronunciadas. Deslizarse por las lustrosas superficies, era un mareo agradable, mucho mejor que el producido por el exceso de bebidas alcohólicas, quizás como viajar en bote, donde el secreto es no oponerse al vaivén, ni siquiera cuando en alguna curva se presentaba el holograma tridimensional de figuras femeninas en amable y ansiosa actitud de espera.
Debían apuntar y dar en el blanco en determinado tiempo, en las diversas imágenes que se iban presentando, sin equivocaciones, tal era la destreza que debían lograr, un reflejo condicionado en el que sólo a féminas voluptuosas debería acoplarse, como tiro al blanco, sin errores de cálculo.
Tal fue la perfección alcanzada por uno de los pacientes, que el inflable ¡ZAS! fue perforado. Todo se vino abajo. El paciente tragado ni se escuchaba. La envoltura plástica había cubierto a los pacientes, que aunque confusos, tenían una expresión de satisfacción. Rápidamente Iracundo controló la situación; reconectó la bomba de aire, rescató a los pacientes y los llevó a la piscina de tintura alcohólica de árnica, especial para contusiones. De ahí sí salieron despavoridos. ¡Qué horror, qué ruptura de magia! Sólo el culpable de la perforación mantenía su amplia sonrisa, ni siquiera el árnica le hizo mella; a la hora y tres cuartos comenzó a reaccionar, y exclamó riendo mucho y en alta voz: — Ese aceite tenía algo....
El enredo fue superado, las asistentes e Iracundo recompusieron a los pacientes y los aposentos, Los atendieron solícitamente hasta la hora de retirarse a descansar.

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