miércoles, 16 de abril de 2008

Cuento de luz


Un hombre cruza la calle
Olga Fuchs


Un hombre cruza la calle solitaria, ese domingo de Semana Santa. Escucha el teléfono público que repica al llegar a la acera, centra su atención en el aparato y se aproxima. Le sorprende una voz, antes de él contestar, que le reprende su lentitud:

— ¿Por qué tardas tanto? Anselmo Benítez, el sistema no puede esperar más por ti. Las fallas son imperdonables. ¿Necesitas unas piernas nuevas?

Anselmo siente un escalofrío y contesta nervioso:

— ¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre? Es Domingo de Resurrección, hoy es día sagrado y de descanso. Comienza a enfurecerse. — ¿Tampoco hay descanso hoy? ¡Qué tiranía!

No recibe respuesta, sólo el clic de cierre de la llamada. Siente la sangre en su cuerpo, su pulso acelerado, los nervios que le ganan de nuevo la respiración, la indignación que le hacen olvidar su destino.
Alza la mirada, ve unos hombres que corren y se pierden de su vista al traspasar la esquina, donde queda en el suelo un pañuelo rojo que destaca, con brillo, sobre el caliente borde de petrificado cemento.
Anselmo escucha a lo lejos la misma voz, pero sin comprender bien las palabras que pronuncia; intrigado sigue esa fonación, que ya no es su lenguaje, ni su palabra comprendida.
Una fría brisa aclara el vapor del asfalto y alza en vuelo al rojo tinte, ahora, infantil papagayo sin dueño.
Anselmo intenta correr tras el pañuelo, pero recuerda los hombres misteriosos. La angustia del absurdo rojo deseo, lo paraliza y comienza a sentir sus piernas vaciadas en plomo, en contraste con sus cabellos, flotantes halados por el mismo soplo liberador de la tela apasionada.
Mira hacia la gris esquina tragadora de hombres y se queda sorprendido al ver la punta de sus cabellos halados hacia él, por la misma burlona brisa.
Pies y piernas de plomo, cabellos y angustias de aire.