martes, 15 de septiembre de 2009

Izcaragua




El viento los empujó adentro de las carpas azules, armadas en la cumbrera de la serranía. Rieron y se acurrucaron cada uno en su bolsa de dormir. Ya era hora de esperar el amanecer entre susurros de sueños y ronquidos, acunados por la blanquecina niebla.
Al amanecer los hermanos del frailejón se apilaban para contemplar cómo se desperezaban las rositas del Ávila, junto a las espadillas azules. Los muchachos levantaron el campamento con rapidez y precisión. Se despidieron de las rocas apisonadas en la tierra seca y vegetación baja. Un grupo de algarabías bajó hacia el mar, el otro buscó camino hacia la ciudad, con la guía certera del “Perico”, colección de lazos líquidos que se precipitaban con fuerza creciente cuesta abajo, con prisa por encontrarse con el “Carupao” para formar el “Izcaragua”. Las dos lanzas frías de agua se abrían paso en medio de todos los matices y tonos del verde salvaje. Iban los secretos de la tierra río abajo ¿Qué escucharía el agua en las entrañas de la montaña para querer huir con tanta prisa?
La luz transformaba la niebla en otra emisaria de la advertencia: “Vive lejos del cauce, como los indios, comprende la fuerza que puede lograr el giro descomunal de los gigantes de piedra.” Sí, sólo los indios entendieron el rumor del río, si mansa las cumbres yacen o si bravas están. Se acercaban con cautela a beber vida, tomar el alimento con la vista alerta sobre la culebra traicionera que puede aparecer.
El mono, la pereza y el cachicamo habitaban la cordillera a su antojo, libres aún de torturas de civilizada barbarie. La guacharaca estaba deseosa de reencontrar alguna melodía para su canto sin acordes y la paraulata plateaba el aire con su vuelo.
El bambú antes quieto se agitaba con la visita del otro río, el de aire, el que flota y menea los juncos para producir música de quebrada.
La larga caminata ya dominaba el destino. Los jóvenes aligeraron el paso entre los gamelotes. El cachicamo husmeó a los extraños y se quedó quieto en su armadura rosada y marrón. El sendero se encontró con el Izcaragua, cauce de transparencias que bañaban piedras redondeadas, hojas de malangas y monte desfallecido, como doblegado al paso de algún rey. Tomás se separó de sus amigos y decidió recostarse en la orilla. Se liberó de la tortura hecha botas. A pesar de la molienda de la piedra, el cansancio lo convenció de un colchón mullido, pues mentira fascinante es la que se desea creer. Y se tendió a lo largo del beso inconstante del agua a la rivera, sintió el tránsito pausado de un río empequeñecido, disfrazado de inocente por aquellos días, indolente de bravuras pasadas y deslaves capaces de arrancar inmensas rocas montaña arriba y hacerlas rodar como trompitos de juguete. Tomás durmió un sueño fresco.
Los ojos saltones delinearon la silueta tendida en su río. Ella fría y babosa se enredó entre los pies confiados, zigzagueó dedo a dedo, tejió con su largo cuerpo, hilos de escamas gris plata, hasta que el último rayo de sol de la tarde fresca, abrió los ojos de Tomás para que vieran el afilado veneno herir su blanca y joven carne.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Quema. Cuento en cuatro entregas (3da.)

Alicia buscó a Tomás con ansiedad.
—Estoy angustiada, temo que hoy salga algo mal. Cuida por favor todos los detalles, sabes ya que es el tiempo místico, que el muchacho no descontrole la pauta. — le dijo.
—Tranquila mamita, ya tengo el terciopelo preparado, pero ¿y el besito?— dijo Tomás.
—Espérate, la noche tiene prisa, no tengas tú más apuros que ella. — lo cortó.
Gustavo llegó a la puerta de la posada y se encontró con las cocineras.
—Vengo a cobrar mi dinero por la miel, llamen a Alicia. —ordenó.
— Como nié, nos vamo, es tarde, toó aquí es raro. — Le dijo la mayor de las dos y miedosa continuó—: aquí ná se inundó, ni siquiera cuando la vaguada, y ahoritica hasta los bucares están floreaos, anque no es tiempo.
—No, búsquenla, quiero cobrar porque me voy, no aguanto las abejas, me repugna la miel, el moreno, quiero ir a Caracas, a la universidad, quiero que Alicia me devuelva mi libro, casarme con una cantante famosa y viajar. —dijo, entonces con desespero.
Tomás apareció ante ellos, miró a las cocineras, estas salieron corriendo cuesta abajo; se enfocó en Gustavo, le entregó un papel rojo aterciopelado que el muchacho estrujó entre sus dedos, y la voluntad se le escurrió por las piernas. Tomás señaló la entrada al otro lado de la casona, cerró las puertas de la posada. Candados de hierro, centinelas de lo profano. Fueron a aquella otra sala que se llenó de un resplandor perfumado cuando Alicia entró por el portón del fondo. Sonrió a Gustavo. Lo miró a los ojos, se acercó e inclinó sobre él, buscó las mejillas jóvenes y resbaló su boca sobre la de él, sorbiendo sus labios en los suyos, pulposos, sabios; los separó un poco, libró viscosa saliva, que recogió con lengua lúbrica por el asombro de Gustavo quien sintió un fogueo ascendente por sus muslos y rostro. Alicia se irguió triunfante, sus ojos aguamarina se tornaron gris plomo, se relamió lentamente y lo empujó con suavidad sobre el catre dispuesto en el centro del recinto. Contempló su erección. Él recibió sumiso y tranquilo las ondulantes caricias de las manos femeninas que lo desnudaban hábilmente. Tomás sujetó los pies y manos de Gustavo, semejando una crucifixión y encendió los quinqués al borde de las ventanas con cortinas de tul.
Alicia recitó con voz exótica: — Que salga el mal y entre el bien, que limpie tu cuerpo de toda enfermedad y todo daño provocado. —Y luego de una pausa añadió—: eine ganz andere Welt transmuta, hazte presente e intercede para que esta sangre sea bendecida y dotada del poderoso vigor original.
Tomás lavó a Gustavo con aguas de limones, hizo cuatro incisiones a las venas de los antebrazos, la sangre goteó en vasijas de vidrio. Alicia se retiró a un lado, se sentó en un butacón, comenzó a leer el libro y lo cerró cuando las vasijas estaban llenas del vigor. Tomás las colocó sobre la consola de mármol, las tapó con platos de porcelana blanca, selló con cera los bordes de los recipientes, los cubrió con sedas doradas y la niebla densa, cumplió con su protección al botín, secreto de las gotas del vigor, envolviéndolo con su frío. Gustavo bebió jugo de naranja con belladona y durmió el donante escogido para el tiempo nuevo. Tomás ordenó el aposento y salió con Alicia hacia el bosquecito. La niebla ligera, en la ladera, recogió en una cesta de brisas las flores de los bucares y dibujó con ellas nueve círculos concéntricos del espacio perfecto entre los cuatro naranjos en flor. El lecho blando en la tierra de la violácea floresta estaba listo.
(Continuará, ¡una entrega más y ya!)

El comedor del ICC



Un grupo de amigos gratos. Nos reunimos el pasado viernes 4 de septiembre con Jesús González, María Eugenia de González, Margery y Ramiro Carreño, Miguel Ángel Maturén y Olga Fuchs en el comedor del ICC,regentado por Sumito Estévez y Héctor Romero. Me deleité con un pulpo en espuma caliente de papa y ají dulce, continué con Arroz con cabrito al curry y auyama y de postre nos ofrecieron higos en papelón con queso de cabra y agridulce de pimienta guayabita ¡Qué guayabita de consentidera!
Por supuesto acompañé mi cena con un Carmelo Rodero Crianza 2004, mi favorito.
Las reservaciones pueden hacerlas por el número telefónico (0212)992.2429 o por la dirección electrónica reservacionescomedor@gmail.com
Tomen nota y disfruten.