lunes, 3 de diciembre de 2012

Luces de navidad



La neblina cubría el cielo nocturno de Catia. Ella miraba el farol de la calle como si mirándolo de esa forma adivinaría su futuro. Era una niña tranquila y observadora. Fijó esa imagen en su memoria: aquella luz vaporosa que flotaba en la densa niebla. Y, por supuesto, las mariposas de la noche, las frenéticas suicidas del candil. ¿Estarán enamoradas de esa luz? ¿Amor y muerte? Pensó y sonrió.
Los otros niños gritaban y encendían fosforitos en el zaguán. El olor a pólvora se mezcló con el aroma del guiso de las hallacas de la abuela Mamatula, y de las hojas de plátano ahumadas, y de la fritanga de manteca de cochino con onoto, y del dulce de lechosa cocinándose a fuego lento.
Mamatula se acercó y le regaló unas bengalas ya prendidas. Miró la lucecita que voló de sus ojos a los de su abuela y un hilo de vida, candor y alegría les amarró las almas para siempre.
Así, su inocencia le ayudó a disfrutar de tales poderosas sutilezas.