miércoles, 17 de septiembre de 2008

Cuentos de luz







G & G
La pelea fue terrible, Gonzalo no quería ir a cumplir con su compromiso de limpiar los vidrios del edificio, y obligó a Gladis a hacerlo por él, esa mañana de sábado. Gladis se tragó su dignidad y se vistió con el uniforme de faena de Gonzalo y se enrumbó al edificio. Armó el andamiaje y lo bajó hasta el piso 33. Estaba por terminar el trabajo cuando un ventanal entreabierto, pues los sábados no funciona el Aire Acondicionado Central, trabó el andamiaje y se abrió completamente, entonces vio un maletín carrubio, abierto repleto de dinero y tirado en el suelo alfombrado en rojo, debajo de un escritorio, como si alguien sorprendido lo hubiera escondido allí sin tiempo para cerrarlo.

Decidió entrar porque no vio a nadie dentro de la oficina con alfombrado en rojo, la que conocía bien, ya que ella era quien hacía la limpieza interna, ese era su verdadero oficio, para apoderarse del dinero que tanta falta le hacía.

Ella se fascinó con la cantidad de dólares, no sabía mucho de eso, pero sí que eran dólares y muchos. Venció el miedo a la altura y se decidió a entrar, haciendo un gran esfuerzo, estirando la pierna derecha lo más posible, los guantes húmedos le hicieron resbalar el agarre de las cuerdas y se tambaleó quedando con medio cuerpo suspendido en el vacío. Cayó el tobo, todos los cepillos y trapos de limpieza.

Extremando sus fuerzas se incorporó, sudando frío. Se calmó, respiró profundo, se concentró de nuevo en el dinero, se alentó a traspasar el ventanal definitivamente, ya no pensó en las alturas. Se estiró completamente y se deslizó al interior como gato. Dentro del privado, volvió la vista al objetivo. Se había apoderado del maletín, y lo cerró, pero en el justo momento en que estaba por devolverse al andamio, un ventarrón golpeó una puerta interna, y se escaparon risas, susurros y sensuales jadeos.

Se agachó detrás de un sofacito, del que se cayeron un sostén, unas medias panties, una falda, blusita y zapatos negros de tacón.
Los jadeos eran cada vez más intensos y alargados, pero de pronto ya no los escuchó, sino sofocadas respiraciones como quejidos ahogados, golpes secos hasta que un silencio punzante se convirtió en un charco de sangre rojísima como el alfombrado en rojo, que alcanzó sinuosamente el sofacito.

Oyó el ruido de la puerta principal, eso ayudó a Gladis a controlar sus latidos, esperó; la sangre se estaba secando en el alfombrado en rojo.
Se cambió el uniforme por la ropa de mujer. Gladis salió de la oficina vestida con el traje taller ajustado y femenino, y con el maletín carrubio repleto de dólares. Entró al ascensor y se recordó de Gonzalo, él no merecía su amor. Llegó a Planta Baja, el vigilante nuevo de turno, distraído con el partido de béisbol televisado, no la vio.

Se alejó Gladis, corrió por la acera, subida a los altos tacones, aferrada al maletín carrubio y sumergida en su nuevo traje. Un bucle de alfombra roja pegado a su nueva falda, fué el único testigo de su pasado.

1 comentario:

MIKE MAT dijo...

oly , las oportunidades hay que aprovecharlas, dale!!!!!