Estas Navidades
son especiales para mí y llenas de sentimientos muy fuertes. Aún recuerdo con
nitidez mis primeros regalos del Niño Jesús, en realidad los recuerdo con detalle
a todos los que he recibido en estas fechas, en especial un pupitre con pizarra
incorporada que me encantó y una Barbie. Y distingo cuáles han sido los más
importantes de todos.
También
recuerdo una infinidad de detalles de nuestras costumbres familiares, que
cambiaban en algunas cosas a modo de fluir con las modas. Cuando vivamos en la
quinta Nancy de La California Norte, en Caracas, mis hermanas y yo montábamos
el arbolito natural y tradicional que papi compraba en el CADA, el que estaba
al borde de la Av. Francisco de Miranda. Ese olor maravilloso a pino y que
impregnaba toda la casa todavía está en
mi memoria y su imagen colorida y con gran cantidad de obsequios al pie, para
todos y cada uno de los integrantes de la familia. Un par de años lo decoramos
con una “nieve” de vidrio molido. Qué cosa tan loca, las manos nos picaban muchísimo,
hasta que eso fue suprimido. Otra vez hicimos una rama envuelta en jabón azul
batido para que semejara estar cubierto de nieve y le pusimos las bolitas de
colores y lucecitas, pero qué cosa más fea. La cena de Navidad y Año Nuevo
siempre estuvo basada en las hallacas, el pavo, la ensalada de gallina, el
pernil, pan de jamón, la torta de navidad, el dulce de lechosa y el cabello de
ángel. Hubo años en los que se introdujeron algunos cambios como las lentejas y
el lechón, pero fueron suprimidos por decisión unánime. Todo el menú estaba
acompañado por los aguinaldos tradicionales y las gaitas maracaiberas, y en fin
de año, no faltaban las doce uvas y champaña. “La percha” era un asunto
importante entre mi mamá y nosotras las hermanas, así como no tener los colores
repetidos, de modo tal que a mediados de noviembre, cada quien escogía su color
y hasta de traje largo nos vestíamos Era un juego bonito. Y los caballeros
siempre con flux y corbata. Formalidades con las que éramos muy felices.
A través de los
años hubo cambios; el peor de todos fue que faltaran Mama Tula, nuestra
abuelita y mi papá. La tristeza comenzó a auto invitarse a nuestras navidades,
con cada partida de un familiar. Este año también ha tratado de colarse con otras
pérdidas y con los terribles cambios de nuestra amada Venezuela y porque
estamos dispersos en diferentes países, pero le aclaré que nunca ha sido bien
recibida ni lo será.
Los niños y
los jóvenes merecen vivir hermosas Navidades y recibir los regalos más
importantes de todos: el Amor, la Fe, la Esperanza y la Alegría. Mis padres nos
los otorgaron a diario y en todas y cada una de las navidades que estuvimos
juntos. Merecen el honor de que transmitamos su legado, por eso sé con firmeza
que esta es una muy Feliz Navidad y el Año Nuevo 2017 será pleno de
Prosperidad.
¡Y así sea siempre!
2 comentarios:
Hermosa reflexión querida hermana.
Ohhhh hermana cuántos recuerdos. Nos acostumbramos a la protección de los padres,pero es verdad, la vida continua aunque ellos no estén. Muy duro, pero es necesario continuar. Dios te bendiga.
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