En este breve estudio pretendo, comentando y citando algunas
afirmaciones de Giorgio Agamben en su libro “El hombre sin contenido”, analizar
algunas características del arte actual, y en base a que este autor intenta dilucidar
si el arte occidental se encuentra en una etapa crepuscular.
Para ello, tomaré como referencia a la Feria Iberoamericana del Arte
Caracas 2009, pues, aún no compartiendo en su totalidad las afirmaciones
apocalípticas del mencionado autor, ciertamente nos encontramos en una época en
que la poiesis del arte se ha
convertido en una presencia difusa e incluso oculta bajo un esteticismo
característico.
Comenzaré diciendo que la muestra ferial es multigenérica, no homogénea
ni en sentido cronológico, ni en cuanto a una tendencia en particular y mucho
menos en las propuestas estéticas.
A saber: en cuanto a géneros convergieron en este espacio las diversas
manifestaciones de las artes plásticas: pintura, escultura, collage,
instalaciones, artes gráficas; así como fotografía y videoarte.
En cuanto a la caracterización histórica, se representó allí el
repertorio de algunas galerías que exhibieron obras de artistas venezolanos destacados
en el siglo XX, por ser representativos de tendencias pictóricas, que ya ocupan
su espacio en los anales de la historia del arte venezolano, en un rango que va
desde aquellos que cantaron las victorias de la Independencia, pasando por
Héctor Poleo, Bárbaro Rivas y Reverón, hasta llegar a Soto y Cruz Diez, por
nombrar solo a algunos representantes locales.
A partir de allí, abundan en la muestra en análisis, propuestas
contemporáneas y llama la atención la profusión de obras que transmiten su
sentido artístico en las formas geométricas, llámense cinéticas, abstractas
geométricas o constructivistas.
Destaca la profusión de este tipo de obras en el espacio expositivo, algunas
caracterizadas por un carácter ornamental, fácilmente mercadeables, cuyo
análisis o explicación muere rápidamente en el acto mismo de su contemplación.
Llama la atención igualmente en la mayoría de las obras contemporáneas es nula
o poca la referencia a lo humano, la falta de rostros. Algunas sugieren ventanas
hacia un mundo virtual, otras son objetos lúdicos sin afán de trascendencia
artística, o artefactos cuya ejecución y recursos han generado un producto que
quedaría muy bien al lado del sofá de un consultorio de medicina estética.
Placer estético interesado y desinteresado
Kant considera que entre los predicados de lo bello se encuentran la
impersonalidad y la validez universal, analizándolo desde el punto de vista del
espectador. Así, pues, es bello “lo que agrada desinteresadamente” (Agamben, 10).
Niestzche, en cambio, hace la reflexión desde el punto de vista del artista, donde
el placer estético es obviamente interesado. Para ello emplea el ejemplo de
Pigmalión, aquel escultor “que se exalta debido a su propia creación” (Agamben,
11).
Usa Agamben, en este tema, otras referencias: Sófocles conocía muy bien
la fuerza que lleva al artista a pro-ducir, “llevar una cosa desde el no-ser
hasta el ser”. Para Platón, por su parte, el poder del arte sobre el ánimo es
tan fuerte que tendría efectos sobre la realidad, de modo que en el mundo
clásico existía ese “terror divino” ante él. En esta misma línea, durante otras
épocas la presencia del arte, ¿benévolo en nuestro tiempo?, ha sido equiparada
a la gracia misma -como en la Edad Media-, o incluso vista como una presencia peligrosa
tanto para el artista como para la sociedad. Es este un arte purificado del
espectador, que enfrenta al artista con ese “terror divino”.
En esta disyuntiva, dice Agamben, los retóricos dieron preeminencia a
la forma, a las palabras, y los terroristas al sentido, al pensamiento. En este
juego en que intenta aprehenderse la esencia del arte, “signo y sentido se
persiguen en un círculo vicioso perpetuo” (Agamben, 24). En el ejemplo del
pintor Frenhofer -un personaje ficticio concebido por Balzac-, cuando este,
desde su punto de vista de artista, cree haber producido una obra que refleja
la esencia de las cosas, basta que un espectador la contemple para que esa ilusión
se rompa: la transición entre estos roles -artista y espectador- en el hecho
estético es lo que produce el Terror. Problematizar el hecho artístico nos
conduce a esa dualidad, que ha recorrido toda la historia del arte. Agamben
considera que es allí donde debe hurgarse al problematizar la esencia y destino
del arte actual.
El
hombre de gusto
Dilucidar el asunto del juicio estético supuso la existencia en el arte
de elementos percibibles objetivamente. Así surgió en el siglo XVII en el
ámbito europeo la figura del “hombre de gusto”, lo que supone también una
especial cualidad para apreciar el arte, un ejercicio que a la vez implicaba
conocimiento. A la aparición de esta figura y su relevancia sigue,
paradójicamente, una incursión de los artistas en territorios inaccesibles, de
alguna manera “hiperestéticos”, cuyas manifestaciones más visibles fueron el
desequilibrio y excentricidad, en obras cada vez más herméticas, extrañas y
complejas.
El buen gusto trajo consigo su correlato: el mal gusto. Visible tanto
en artistas –que comienzan a introducir elementos vulgares en sus obras- como
en críticos que ostentaban esa capacidad para detectar el buen gusto. Es “como
si el buen gusto conllevase la tendencia a pervertirse en su opuesto” (Agamben,
38).
Para el autor, en un análisis que desembocará más adelante en el hallazgo
de los valores y mecanismos que rigen el arte actual, “su aparición en la
conciencia parece coincidir con el inicio de un proceso de inversión de todos
los valores y de todos los contenidos” (Agamben, 43).
En la obra de Diderot, “El sobrino de Rameau”:
“el
gusto ha actuado como una especie de gangrena moral, devorando cualquier otro
contenido y cualquier otra determinación espiritual, desarrollándose,
finalmente, en el puro vacío. El gusto es la única certeza que tiene de sí
mismo y su única autoconciencia, pero esta certeza es la pura nada, y su
personalidad es la absoluta impersonalidad. La simple existencia de un hombre
como él es una paradoja y un escándalo: incapaz de producir una obra de arte,
es precisamente de esta incapacidad de la que depende su existencia; condenado
a depender de aquello que es otra cosa de sí mismo, no encuentra en esta otra cosa,
sin embargo, ninguna esencialidad, pues todo contenido y toda determinación
moral han sido abolidos” (Agamben, 44, resaltado por la autora).
Es así, pues que, para Agamben el intento de aprehender la obra
mediante el juicio estético, se pervierte en la entronización de un pretendido
buen gusto que desemboca en su caricatura: el mal gusto. A partir de allí se
tambalea la seguridad de artistas, críticos portadores del buen gusto y
espectadores, sobre los valores y predicados que en las obras eran garantía de su
aprehensión.
Arte actual: extrañamiento y desgarro
Según Agamben, apoyándose a su vez en Hegel, en el arte occidental la
escisión entre genio y gusto, artista y espectador, produce en el espectador la
imposibilidad de conseguir nada allí en la obra, es lo que produce el
extrañamiento y el desgarro.
Extrañamiento como el shock que en el espectador provoca “el
intercambio rápido e ininterrumpido de los estímulos externos” (Gorelik); desgarro
como la fractura entre la materia y la subjetividad del artista, ahora un
demiurgo que juega libremente con los elementos (Agamben, 61). Se ha disuelto
el espacio común antaño compartido por el espectador y el artista, reduciéndose
el acto artístico al principio creativo puro, donde la obra carente de
contenido se explica en sí misma.
La
sombra: arte, no-arte
En esas condiciones hemos llegado al arte actual. En el recinto ferial de
la FIA, como en la Wunderkammer, las
obras “parecen encontrar su sentido solamente los unos junto a los otros” (Agamben,
54). Agamben, en este punto de su estudio se pregunta si el arte occidental se
encuentra al final del camino:
“el arte ha
construido ahora su propio mundo y, entregado a la intemporal dimensión
estética del Museum Theatrum, inicia su segunda e interminable vida […] Puede
creerse que, por fin, se le ha asegurado a la obra de arte su más auténtica
realidad, pero cuando intentamos aferrarla retrocede y nos deja con las manos
vacías” (Agamben, 58).
Ya el hombre no consigue en la obra el reflejo y la explicación de su
mundo, antes bien confirma una especie de otredad:
“…se ve a Sí mismo
como Otro, su propio ser-por-sí-mismo como ser fuera-de-sí-mismo.[…] no
encuentra de ninguna manera un contenido determinado y una medida concreta de
su propia existencia sino, simplemente, a su propio Yo en la forma del absoluto
extrañamiento, y sólo puede poseerse en el interior de ese desgarro” (Agamben, 65).
Así, juicio estético y una subjetividad artística sin contenido
“remiten incesantemente la una a la otra” (Agamben, 66), en una suerte de
círculo vicioso. El arte actual nos produce disfrute inmediato y necesidad de juicio.
Este juicio, para captar lo que es arte, paradójicamente requiere tener claro
lo que no lo es: entonces el no-arte se convierte en un contenido: “una
sencilla y pura nada […] este juicio sumerge al arte en su propia sombra” (Agamben,
73). Y a ello contribuye una especie de ley de degradación de la energía: la
creación de la obra de arte implica que una vez producida no se puede recorrer
el camino inverso para dilucidar su esencia a través del gusto (Agamben, 77).
Toda esta nueva configuración en la percepción del arte, nada
esclarecedora del fenómeno, la podemos sentir en las Wunderkammer actuales, llámense museos o ferias como la comentada
FIA, donde un casi preeminente esteticismo o ejercicio lúdico colma las obras
exhibidas, como las cajas con imágenes superpuestas con juegos geométricos de
Gabriela Morawetz, o la configuración traslúcida de Héctor Fuenmayor, o la
construcción de filigranas de Julián Villafañe cuyo germen es multiplicado por el
propio artista generando una otra realidad.
Las formas de la naturaleza se miden ahora con su negativo (artístico),
con lo que ahora “el arte se ha transformado en naturaleza, y la naturaleza en
arte” (Agamben, 85). Nuestro juicio crítico refleja, como ya se dijo, la escisión
entre espectador y artista, entre materia y subjetividad del artista, y un
espectador extrañado y desgarrado se prefigura constantemente el no-arte para
acceder al arte (lo medimos con su sombra), lo que ha provocado que el arte se
convierta en el logos del arte, en un constante discurrir sobre sí mismo (Agamben,
83). Por ello cuesta diferenciar una obra de arte de un trozo orgánico, como
las maderas constructivistas de Harry Abend. Más aún, incluso en el ready made y el pop art la necesaria operación de su comparación con el no-arte se
imposibilita, pues “se agota en una simple comprobación de identidad” (Agamben,
83).
Recuerdo para este caso en la FIA la basura y “corotos” deteriorados, abigarrados
y salpicados con pintura de José Ramón Sánchez, cuya visión nos llama a este
ejercicio de juicio estético en el cual las preguntas no encuentran respuestas
y el espectador termina solazándose en una difusa sensación de no-arte, que al
final nos conforma con una especie de placer ante la osadía del artista y ante
una especie de armonía sin referencia que solo encuentra explicación en el caos
que se nos presenta.
Una nueva manera de investigar el arte se manifiesta en búsquedas
guiadas por las teorías de la información. Y tiene sentido esta afirmación, al
observar en la actualidad la cantidad de obras donde es protagónica la voluntad
de mímesis de la tecnología informática y donde nos encontramos con
configuraciones que imitan su dinámica: en la FIA y en ocasiones se percibe
como especies de “ventanas” hacia dentro de la obra; se adivinan “capas”
plásticas que se pueden interpretar como capas de información; también vemos
simetrías abismales; elementos pixelados; un Miranda a quien lo desleído de la
impresión derrite el camastro; objetos virtuales; títulos de obras como Set up; afectaciones cibernéticas; y obras
que requieren implementos técnicos para ser apreciadas.
Pro-ducción
en el arte: del no-ser al ser
Tanto la labor de artesanos (técnica) como la de artistas (estética),
implicaban la pro-ducción con una finalidad de consumo o disponibilidad y en
otra de goce estético. Esta dualidad producción-consumo, al llevar el no-ser al
ser de la obra, implicaba en común la idea de originalidad, que ha hallado su contraparte
en el arte actual en la reproductibilidad técnica.
El ready made ha jugado con
esa reproductibilidad. Recordemos los lavabos y ruedas de bicicleta de Duchamp,
artista que “…hizo pasar al objeto de una condición de reproductibilidad y fungibilidad
técnica al de autenticidad y unicidad estética” (Agamben, 103). Tanto esta
corriente artística como el pop art
participan de esa especie de carácter enigmático: imposibilidad de llegar a la
presencia, quedar en la sombra, en un limbo entre ser y no-ser, disponibilidad-hacia-la-nada,
pues en estas formas de arte se suspenden las dos condiciones de la actividad
productiva: goce estético y consumo.
Poiesis
y praxis
El artista ha migrado, de la pro-ducción hacia la presencia –poiesis-, en que el resultado del
ejercicio artístico era la poesía en el sentido de verdad, al operari, al
“genio creativo” (Agamben, 114), a la preeminencia del hacer, de la práctica.
Recordemos que para Agamben el arte producía un placer interesado que
era el encuentro con la poiesis misma,
y bajo el reino del esteticismo y la praxis
se ha tornado desinteresado. Agamben se refiere constantemente a esa
inasibilidad e inaprensión de la obra de arte como “nada”, refiriendo para ese fin al nihilismo de Niestzche.
Para el autor, en la época moderna “cualquier posibilidad de distinguir entre poiesis y praxis se desvanece” (Agamben, 114, cursivas en el original). Pero
la visión nihilista de Niestzche ve el arte como opus de un operari y como
principio creativo formal. Para él, “El arte es la más alta tarea del hombre,
la verdadera actividad metafísica” (Agamben, 139), venganza contra la vida y
cumplimiento del destino metafísico, y supera con esta visión el mero
esteticismo del arte. La nada y el no-sentido eterno es lo que conlleva al
eterno retorno, donde el artista es el superhombre portador de esta fatalidad
como su sublime responsabilidad.
Regalo
y ocultación
Agamben analiza otros factores de la obra de arte como la estructura,
que deviene ritmo y se concilia con nosotros en la dimensión temporal. Este
ritmo es regalo y ocultación, la obra da y oculta a la vez:
“Al abrirle al
hombre su auténtica dimensión temporal, la obra de arte le abre también el
espacio de su pertenencia al mundo, en el que solamente él puede asumir la
medida original de su estancia sobre la tierra y reencontrar su propia verdad,
que se encuentra en el flujo imparable del tiempo lineal” (Agamben, 163).
Es lo que permite que se rompa el continuum
del tiempo lineal y el hombre reencuentre entre pasado y futuro su espacio
presente. Pero en la actualidad, el esteticismo ha significado la imposibilidad
del hombre de acceder a esa estructura esencial de la obra donde ella
alternativamente se ofrece y se oculta, y más bien mantiene velado para él tanto
el buscado sentido estético como su finalidad última.
El
ángel de la historia y el ángel de la estética
El artista moderno, presa del pasado acumulado sobre sus hombros, ha
destruido la transmisibilidad de la cultura, y esa destrucción parece ser un
valor en sí misma, como lo es el extrañamiento. Así, concluye Agamben que hemos
perdido el estatus poético, el acto poiético
donde artistas y espectadores se reencuentran en un espacio común, velado bajo
el genio esteticista.
En este crepúsculo del arte occidental, más importa la cosa que su
transmisión, síntoma de la acumulación de cultura en nuestro tiempo. Para
Agamben, el arte de Occidente, ese que ha extraviado la poiesis que nos reconcilia con la realidad a través del arte mismo,
requiere recuperar la transmisibilidad del pasado, de la tradición:
“…es su
transmisibilidad la que, al atribuirle a la cultura un sentido y un valor que
se pueden percibir inmediatamente, permite al hombre moverse libremente hacia
el futuro sin estar acosado por el peso de su propio pasado” (Agamben, 173).
El autor remite al Angelus novus
de Klee y al Ángel de la melancolía de
Durero como obras metáfora del ángel de la historia y del ángel de la estética.
En la primera, el ángel da la espalda al pasado acumulado carente de
significado, mientras delante de él colapsa el futuro con toda su carga de
pretendido progreso. En la segunda, el ángel observa melancólicamente sus
herramientas de oficio, que ya no le dicen nada.
En mi opinión, la afirmación de Agamben de que “el arte occidental ha
llegado al punto extremo de su itinerario metafísico” (Agamben, 96) continúa revelando
la inasibilidad del hecho artístico por parte de críticos y espectadores. Sus
razonamientos para llegar a este diagnóstico, muestran una idealización del
fenómeno artístico previo a la era moderna, satanizada esta. Aunque él mismo
dice “El regalo del arte es el regalo más original, porque es el regalo del
mismo lugar original del hombre […] permite que el hombre acceda a su estar
original en la historia y en el tiempo” (Agamben, 164), los cuestionamientos
hechos al arte moderno en tono tan apocalíptico olvida que la naturaleza del
hombre clásico y medieval era, digamos, dominada por lo divino.
El hecho de que el hombre clásico o medieval creyese que se le revelaba
la poesía, la gracia divina en el arte, no significaba que era realmente así. Y
hoy tenemos que, la percepción del arte, es mucho más de la dinámica del mundo
que nos rodea y que se ha desmarcado de lo divino. Sin embargo, el estado
poético, en su forma oculta, está allí. La discusión revela, repito, la
inasibilidad del arte.
En la lectura de Agamben, obtenemos valiosas revelaciones sobre cómo
llegó el arte actual a ser lo que es, más la condena del arte actual cae en la
eterna diatriba entre el arte como forma y como epifanía de la verdad.
Es así pues que, estoy en consonancia con Agamben, para quien el intento de aprehender la obra mediante el
juicio estético, se pervierte en la entronización de un pretendido buen gusto que
desemboca en su caricatura: el mal gusto. A partir de allí se tambalea la
seguridad de artistas, críticos portadores del buen gusto y espectadores, sobre
los valores y predicados que en las obras eran garantía de su aprehensión.
Referencias
Agamben, Giorgio: El hombre sin contenido. Barcelona,
Ediciones Áltera, 2005.
Recursos electrónicos:
Gorelik, Adrián: Das
vanguardas a Brasília. Cultura
urbana e arquitetura na America Latina, Editora da UFMG, Belo Horizonte,
2005. Citado en: <http://74.125.95.132/search?q=cache:VbN6T6umpYIJ:magazines.documenta.de/frontend/article.php%3FIdLanguage%3D13%26NrArticle%3D314+%22extra%C3%B1amiento+en+el+arte%22&cd=5&hl=es&ct=clnk&gl=ve>
Foto:
Alberto Durero, “Melancolía I”, 1.514.
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