El escape de la
disciplina de mis padres concluye. Llego al hotel desconocido. Abro una puerta
para cerrar otras, para iniciar el «no sé qué». Avanzo dos pasos en esta
habitación y veo las cortinas lamer el piso de granito.
Hoy cumplo
dieciséis años. Celebro la conquista de mi soledad y avanzo tres pasos más. Me
retiro los zapatos, mis pies desnudos se impregnan de una viscosidad roja y
comienza el escalofrío a morderme, incesante
Busco la cama, me
recuesto, volteo a la derecha y encuentro un cuerpo sin ropas, sin ojos, sin
boca, sin sexo, sin cabellos. Momento de gritar, pienso. Pero, ¿por qué no
grito?
Sin apartar la
vista de ese cuerpo, recojo la viscosidad roja del suelo para arroparnos, y
tomo a la penumbra como almohada.
Siento la brisa de
la noche, alborotando las púas del miedo. Me abandono al cansancio. Cuánta
lucha. Y ahora este bicho a mi lado, invasor de mi día festivo, de mi
cumpleaños, de mi libertad, de mi intimidad; y sin embargo, lo acepto.
¿Necesito compañía para tejer la filigrana de mi vida? ¿Qué es esto que me
persigue?
Respiro silencio en
este reposo de cautivo. El sigilo es una amenaza de represalias por la osadía
del escape. Y el miedo que no se me quita de encima.
El mutismo de ese
cuerpo me mata. Ni reclama, ni regaña, ni me grita. Ahora sin prohibiciones y
sin condenas, anhelo escuchar un sometimiento, un regaño, un puñetazo a mis
labios, a mi cabeza, inundarme de sangre.
No, no lo permito,
debo huir. La calma es la huida, aunque creo imposible escapar del escalofrío o
de tus dientes sin boca. ¿Me oyes? ¡Me voy!
Volteo hacia la
izquierda.
Siento mi caída en
el vacío hasta estrellarme en el suelo, y allí, el golpe en la mejilla me
devuelve una conciencia sin ropas, sin ojos, sin boca, sin sexo, sin cabello, y
veo las cortinas lamer el piso de granito.
2 comentarios:
Perfecta narración de la perenne huida adolescente.
Buena narración impregnada de onirismo.
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