martes, 12 de mayo de 2015

El ventanal del aeropuerto por Olga Fuchs®




El ventanal del aeropuerto
Olga Fuchs®

La multitud, acompasada, se movía en todos los sentidos. La cinta mecánica había trasladado pasajeros que arribaban o que salían de viaje en orden, sin interrupciones, sin sobresaltos. El andén móvil había funcionado durante años desde la inauguración del aeropuerto. Sus dientes metálicos se veían desgastados, pero, implacables, encajaban uno detrás del otro, mordiendo tiempo, destinos y almas distraídas por el sopor del jet lag. El sonido del aire acondicionado semejaba una cascada de fría agua que detenía los alientos como besos abortados.

La figura de Esteban transcurría y se reflejaba en el ventanal de vidrio, frío testigo de los anhelos de ida y vuelta. Sentía esa sensación de ser observado, incómoda y extraña, cuando encontró los ojos de Begoña, que le sonreían desde el andén móvil en el sentido opuesto, desde cierta distancia, acercándosele lentamente. Esteban no creía lo que veía. Su vieja amiga aparecía de nuevo, después de veinte años sin saber nada de ella.
Esteban gritaría a viva voz:
— ¡Begoña, Begoña! −Y luego de una pequeña pausa, añadía con otro grito−: ¡Begoña, Begoña, soy Esteban García!
Begoña reía ya abiertamente al reconocer a Esteban y, en el justo momento de pasar uno frente al otro, la cinta rodante se detuvo.
—Begoña, hola −decía él entusiasmado luego de un cariñoso abrazo−. Tantos años sin vernos, pero estás idéntica, no has cambiado.
—Hola, querido Esteban −decía Begoña correspondiendo al saludo de su amigo−. Tantos años sin vernos, es verdad, pero no olvidamos nuestros rostros. Qué alegría me da… −no pudo terminar la frase por causa de una fuerte explosión al fondo del pasillo rodante.
Miles de pedazos de vidrios de aquel ventanal voyerista saltarían hacia el confinado espacio de aluminio y las grises alfombras con negros detalles de vinilo, absorbían el  rojo de la sangre, en contraste con todo aquel claroscuro.
El ventanal roto convertido en reflexión plata, se extendía en mil pedazos sobre los pasajeros inertes, ya maniquíes de vitrina.

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